Si alguna vez detuvieran su vista en el cielo nocturno, alejado de las luces de la ciudad, sentirían que el manto de lucecitas diminutas y distantes, los cubren como una sábana ligera.
Valentina sabía muy bien de ésta sensación.
Esperaba aquellas noches de cielo despejado, preparaba una manta, subía a su auto y se dirigía al punto más alejado de su casa; al otro extremo de la ciudad, donde el resplandor de la urbe no interfiriera. Cada vez que llegaba allí, colocaba la manta sobre el capot del auto y se recostaba.
No pasaba más de ½ hora. Era su dosis exacta de frescura y melancolía.
Soñaba con mirar el cielo desde otro sitio (aunque fuera el mismo cielo), donde el ruido de los vehículos o las luces no estorbaron.
Así, decidida, emprendió su viaje.
2 comentarios:
=)
buen viaje valentina! ojalá que saque fotos
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