Día VII
A medida que pasan los días vuelve a mi memoria tu recuerdo. La vaga figura de tu rostro, que no conozco. El sonido único de tu voz, que jamás oí.
En mi interior se desató una lucha sangrienta por evitar evocarte en mis letras, en la música, en los paseos junto al río.
Estamos tan lejos que, a veces, te confundís con un personaje ficticio; con uno de mis relatos. Y se desdibuja de mí tu esencia, y te pierdo entre las hojas que he escrito, y me descubro impaciente buscando algún indicio de que tu aliento es real, de que tu abrazo es cálido, de que tu mirada es sincera…
No sé si te he soñado...
En mi interior se desató una lucha sangrienta por evitar evocarte en mis letras, en la música, en los paseos junto al río.
Estamos tan lejos que, a veces, te confundís con un personaje ficticio; con uno de mis relatos. Y se desdibuja de mí tu esencia, y te pierdo entre las hojas que he escrito, y me descubro impaciente buscando algún indicio de que tu aliento es real, de que tu abrazo es cálido, de que tu mirada es sincera…
No sé si te he soñado...
La lluvia me encontró, finalmente, sentada en el banco de la plaza. Dejo de escribir y busco la parada de ómnibus más cercana.
Entre mis brazos y contra mi pecho, las hojas salpicadas por las gotas, y el deseo de encontrarte a la vuelta de la esquina.
Con tristeza descubro que algunas de esas gotas atrevidas corrieron la tinta y muchas de las frases más sentidas y elaboradas, se diluyen entre las grietas del papel.
En poco tiempo las calles se vacían y sólo unos pocos intrépidos se animan a caminar bajo la lluvia… sobre las baldosas sueltas de la inmensa ciudad que ahora parece un pueblo abandonado, a la sombra de una tormenta que se intensifica con el correr de los minutos