Día I
Desperté sin más prisa que la de levantarme en busca de mi té semicargado.
No era uno de esos días en los que el sol te descubre, cálido y atrevido, colándose entre tu ventana.
Día gris... bien gris.
¿Por qué los días de lluvia nos pone melancólicos?
¿Por qué recordamos más a aquellas personas que están lejos nuestro?; las que se fueron por decisión propia o por malas y crueles jugadas de la vida...
25 jun 2008
6 jun 2008
Una que me contaron (4º entrega)
IV
Él se sentó a su lado; teniendo tantos lugares eligió ése, que le permitía susurrar a su oído todo lo que llenaba ahora su vida.
Ella lo escuchaba, fingiendo atención.
-Créanme, no era descortés; era todo lo que podía hacer en aquel momento, mientras sus dedos nerviosos se enredaban en el pelo, girando sin cesar.-
Absorta ante el sonido que desprendía su voz, intentó disimular las ganas de tomarlo de la mano; salir, perderse, solos los dos.
Durante un buen rato conversaron sobre trivialidades. el típico "Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?" (preguntas "de cortesía", pensó... que otras tantas veces le molestaba responder. AHora, nada. CUalquier hilo de palabras era el mejor motivo para estar a su lado un poco más).
Él le acercaba el mate con una sonrisa sencilla y ojos pícaros.
Esa mirada que le regalaba a cada segundo la intimidaba tremendamente. En su mento sólo se repetía el deseo de que las agujas del reloj no corrieran con tanta prisa, como si alguna extraña magia fuera a cumplir su deseo, sólo por repetirlo incansablemente.
Aquella sensación de incomodidad, excitación, intriga, inocencia... era demasiado fuerte para dejarla escapar y, a la vez, sentía no tener las fuerzas suficientes para retenerlo un poco más.
Sin saberlo, él la tenía. A toda ella: su cuerpo, su alma, su mente.
La tenía, sí, entre sus manos; pegada a él, rodeada por sus brazos; entre sus labios...
La tenía.
Y él, pensando quién sabe en qué cosas.
Él se sentó a su lado; teniendo tantos lugares eligió ése, que le permitía susurrar a su oído todo lo que llenaba ahora su vida.
Ella lo escuchaba, fingiendo atención.
-Créanme, no era descortés; era todo lo que podía hacer en aquel momento, mientras sus dedos nerviosos se enredaban en el pelo, girando sin cesar.-
Absorta ante el sonido que desprendía su voz, intentó disimular las ganas de tomarlo de la mano; salir, perderse, solos los dos.
Durante un buen rato conversaron sobre trivialidades. el típico "Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?" (preguntas "de cortesía", pensó... que otras tantas veces le molestaba responder. AHora, nada. CUalquier hilo de palabras era el mejor motivo para estar a su lado un poco más).
Él le acercaba el mate con una sonrisa sencilla y ojos pícaros.
Esa mirada que le regalaba a cada segundo la intimidaba tremendamente. En su mento sólo se repetía el deseo de que las agujas del reloj no corrieran con tanta prisa, como si alguna extraña magia fuera a cumplir su deseo, sólo por repetirlo incansablemente.
Aquella sensación de incomodidad, excitación, intriga, inocencia... era demasiado fuerte para dejarla escapar y, a la vez, sentía no tener las fuerzas suficientes para retenerlo un poco más.
Sin saberlo, él la tenía. A toda ella: su cuerpo, su alma, su mente.
La tenía, sí, entre sus manos; pegada a él, rodeada por sus brazos; entre sus labios...
La tenía.
Y él, pensando quién sabe en qué cosas.
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Lo que últimamente me ha dejado sin palabras
Julio Cortázar... como siempre
Carta...
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera, y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mi,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de libertad.
Carta...
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera, y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mi,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de libertad.